Lazarillo español by Ciro Bayo

Lazarillo español by Ciro Bayo

autor:Ciro Bayo
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Memorias
publicado: 1911-08-09T23:00:00+00:00


II. EN EL ALBAICÍN

La visita a la Alhambra causó tanta merma a mi caudal que temí que el aguador se quedara sin huésped en menos de dos días, pero como tenía la suerte de cara, Granada fue mía por más tiempo.

Es el caso que al segundo día de mi estancia en la ciudad hube de perderme por los alrededores de mi hospedaje. Pasé el Zacatín y la Alcaicería, entré en la catedral y salí al mercado. Con ojos como puños miré los volátiles desplumados y los cuartos de reses que colgaban en pollerías y carnicerías; pero apartándome de las pecaminosas tentaciones, sorteé entre los puestos de las verduleras, con intención de comprar un puñado de patatas para refuerzo del guiso hospederil, que hallaba muy deficiente.

Parado estaba ante uno de aquellos, esperando mi vez, en tanto que la vendedora despachaba a otros parroquianos, cuando, de pronto, oí que me decía:

—¡Tome, hermano!

Tendí instintivamente la diestra y la buena mujer me alargó tres patatas y una monedita de dos céntimos.

—Muchas gracias, señora —contesté, y aun creo que añadí—: ¡Dios se lo pague!

¿Si será costumbre en Granada tratar así a los peregrinos? —pensé—. Veámoslo.

Pasé al puesto inmediato, me quedé plantado, en actitud expectante, y lo mismo; una patatita o dos centimitos. Y así sucesivamente. La que no daba patatas daba un ajo o una cebolla y, en último caso, la monedita de dos céntimos.

En menos de media hora, haciéndome el santito, llené el pañuelo de tubérculos y el bolsillo de céntimos.

¡Oh, santas mujeres de Granada! Vosotras reforzasteis mi ágape en este día y dísteisme para pagar el alojamiento. ¡Yo os bendigo!

Aquella tarde la dediqué a visitar el Albaicín, famoso barrio de la gitanería en otra de las colinas que divide el Darro.

Tampoco es el Albaicín para conocido en un día; es un diorama de tipo charro y notas de color que hay que ver despacio, como lo vio Fortuny cuando lo reprodujo en sus acuarelas.

Los señorones que allí van lo hacen pensando entrar en una guarida de ladrones y no hay tal cosa. Los gitanos en sus casas son tan finos y caballeros como cualquier otro ciudadano en las suyas, y lo que de ellos desplace visto suelto y extemporáneo, resulta simpático y alegre en aquel jirón de Granada.

Más exóticos y más chocantes les parecerá a los gitanos esas parejas sueltas y caravanas de extranjeros que se quedan boquiabiertos y embobados mirando, aunque más no sea, el esquileo de un burro.

Como yo fui con mi disfraz de peregrino, nadie se metió conmigo. Verdad es que llovieron sobre mí algunos cañís pidiéndome perras y tabaco, pero en cuanto se convencieron de lo inútil de su porfía, dejáronme en paz y se dedicaron a huéspedes de más calidad que por allí discurrían.

Cansado de corretear, vi el anuncio de un «aguaducho», y me senté a la parte de afuera a tomar un refresco.

El establecimiento hacía esquina a un callejón sin salida, donde a temporadas vivía Mariano, el rey de los gitanos, personaje que era la great atraction del Albaicín, pero que a mí me tenía sin cuidado.



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